La Diputación de Ciudad Real no sólo ha servido esta mañana de escenario para la celebración del primer acto institucional en memoria de los vecinos y vecinas de la provincia que fueron represaliados por el régimen franquista, sino que ha acogido la conmemoración más emotiva de todas las que se recuerdan, no porque los dos patios que dan acceso a las estancias de la primera planta del Palacio provincial estuvieran atestados como nunca de gente de la calle, sino porque muchas de las personas anónimas que han presenciado la celebración han visto cumplido el deseo largamente pretendido de recuperar la memoria de sus seres queridos, de aquellos que perdieron la vida por defender sus ideas.
Ojos cansados, envejecidos y enrojecidos de los que han brotado lágrimas de alegría porque el nombre de sus padres, sus tíos o sus hermanos ha sido rescatado del olvido y con ello sus vidas, sus anhelos e, incluso, sus deseos póstumos. Sin duda la lectura de dos misivas guardadas con celo desde hace años y en secreto durante décadas han despertado conciencias esta mañana y han otorgado carta de naturaleza a la afirmación que ha hecho el presidente de la Diputación, José Manuel Caballero, relativa a que con el homenaje no se reabren heridas, sino que se ayuda a cicatrizar un pasado que debe ser recordado sin ir contra nadie.
Un acto como el que ha promovido la institución provincial reconforta a los familiares de las víctimas. Así lo han remarcado ante los medios de comunicación y la infinidad de cargos públicos que han asistido. Se consideran resarcidos y han mostrado una y mil veces su agradecimiento porque el nombre de los que en otros tiempos no se podía pronunciar se ha recogido en un libro que pasará a la posteridad. Lo interpretan como el reconocimiento a que eran personas normales, que querían a su familia y que trabajaban para poder alimentarla. Simplemente tenían una ideología condenada por el régimen franquista.
Se ha restablecido su memoria y ante la certeza de que finalmente no caerán en el olvido sólo hay palabras agradecidas con las que mitigar recuerdos amargos de niñez o de juventud temprana. Aunque muchos de ellos se han atrevido a decir que, si es posible, la recuperación de sus restos sería la mejor recompensa a una interminable espera.