Claro Barba Merino · Existen personas, y don Marcelino Sánchez Molina, es una de esas rara avis, un paradigma de ellas, que al hablar o escribir sobre las mismas, tu mundo anímico y psicológico se recrea con fruición. Es un placer intenso el que se vive y se disfruta. Es una de esas personas, que como diría don Ginés Pacheco, el famoso corregidor de Almagro, en ellas se da una unión tan intensa e íntima entre cuerpo, alma y espíritu, que siendo componentes distintos en cada persona, en ellas, caso de don Marcelino, todo es uno.
Tengo referencias personales sobre don Marcelino ya desde mi adolescencia más temprana, incluso diríamos desde mi pubertad. Y, aunque fue la primera vez que yo hablé personalmente con él, por una travesura que hicimos un grupo de amigos, su gran calidad humana y en el ejercicio de su responsabilidad institucional, era alcalde de mi pueblo, Aldea del Rey, aun imponiéndome, imponiéndonos una severa penitencia, desde aquel momento me impactó positivamente de tal manera, que siempre he vivido, vívidamente, una especie de admiración rayana en el culto hacia esta persona. Ha sido y es, como suele decirse, una institución verdaderamente ejemplarizante, es decir, digna de encomio, admiración, aprecio, consideración y respeto.
El 24 de agosto de este año en curso 2018, cumplirá, Dios mediante, 95 años de edad, ya que nació un 24 de agosto de 1923 en Aldea del Rey, siendo hijo, el sexto entre siete hermanos, de Ulpiano Sánchez Barba y de Ana María Molina Ciudad. Como ha sido un entregado aficionado a la genealogía, y ha realizado los árboles genealógicos de muchas de las familias de Aldea del Rey, un día me llegó a decir, personalmente, que éramos familia; lo cual, tengo que decirlo, me produjo verdadera satisfacción. En su casa tiene, y a mí me dio uno de ellos, el que me correspondía, numerosos de estos estudios genealógicos. Numerosas consultas, horas y horas de estudio e investigación, bien en los archivos municipales, eclesiásticos locales y obispado, ha llevado a cabo este extraordinario hombre, un hombre bueno, con admirable rigor, para llegar a confeccionar estos meritorios trabajos. Somos familia, me dijo, por parte de mi padre. Tiene una facultad don Marcelino, una enorme virtud, entre otras muchas, como luego veremos, que a mí, y hablo personalmente, me fascina. Con una enorme experiencia en todas las facetas de su vida, como estudiante, como veterinario, como alcalde, como persona, un hombre bueno, y con todo su bagaje enorme de conocimientos, sabe escuchar, facultad o virtud esta digna de encomio. Un buen día me dijo que quería, porque dijo que tenía alguna duda, ¡qué humildad y sencillez la suya!, hablar sobre Jesucristo, pues sabía de mi pasión en este sentido y porque entonces había leído un trabajo mío que se editó y publicó en el periódico Oretania sobre Jesús de Nazaret. Convinimos, haciendo uso de la razón y la fe, en que Jesús el Cristo, Jesucristo, ese hombre, daba cumplida satisfacción al misterio de Dios y al misterio del hombre de cara a esta vida y a la que tenga que venir.
Su primera formación, educación y estudio, la llevó a cabo en la Escuela o colegio de Aldea del Rey, y siempre puso un ejemplo de un gran maestro, don Ulpiano Trujillo, Don Ulpiano, que muchos aldeanos y aldeanas aún recuerdan. Pues sí, don Marcelino, a mí también, un hijo de ese maestro, don Lorenzo Trujillo, que fue rector del Seminario de Ciudad Real, y que siendo director del IDT (Instituto Diocesano de Teología), también a mí me dio clases de teología. De tal palo tal astilla, don Marcelino, don Ulpiano/don Lorenzo, tanto monta, monta tanto. También yo disfruté y mucho de la docencia de los Trujillo. Otro extraordinario maestro, que usted, don Marcelino, sobradamente conoció, era usted ya alcalde de Aldea del Rey y él director del C.P. “Maestro Navas” de Aldea del Rey, aunque posterior a don Ulpiano pero de aquella hornada, fue determinante en que yo eligiese la vocación docente; hablo de don Francisco Ruiz Daimiel. Pues bien; al igual que en mí influyó con determinación don Francisco Ruiz Daimiel, en usted, don Marcelino, influyó en idénticas condiciones en la elección de los estudios de Veterinaria, otro de los grandes, don Pascual Camacho Trujillo. El año que usted, don Marcelino, comenzó sus estudios de Veterinaria, fue el año en el cual yo vine a este mundo, el año de mi nacimiento, año 1944. ¡Cómo no recodar a aquellos ejemplarizantes, en todo y para todo, extraordinarios maestros!, don Marcelino. También yo como usted asistí a aquella escuela, sí, en la calle Calzada. Luego cursó usted el bachillerato en el Instituto de la Virgen de Gracia, siendo director del mismo don Gaspar Naranjo, como otros aldeanos posteriores a usted, los Naranjo, Pablo, Gaspar (q.e.p.d.), Aureliano y Agustín, hijos de Pablo Naranjo (q.e.p.d.), funcionario que fue del Ayuntamiento de Aldea del Rey, que le llamábamos “Abriguito”. De sus padres recuerda usted, don Marcelino, la seriedad y la afición por la música de su padre y la bondad y generosidad de su madre, y que vivieron en la calle Obispo Piñera, 35.
Contrajo usted matrimonio el 11 de septiembre de 1954, tras seis años de noviazgo, con doña Purificación Ciudad Villalón (q.e.p.d.), de raigambre familia, en la Iglesia Parroquial de San Jorge Mártir de Aldea del Rey, y de cuyo matrimonio hubieron seis hijos, cinco varones y una mujer. Éstos eran, y son, Aurelio (Derecho), Emilio (Derecho), Luis María (Magisterio), Inocente (Ingeniero de Telecomunicaciones), Marcelino (Derecho) y Purificación (Magisterio); que a todos ellos conozco, buenas personas, aunque mis relaciones más fluidas y frecuentes por circunstancias profesionales y políticas las he tenido y las tengo con Luis María e Inocente. Como usted, don Marcelino, sus hijos todos, por la educación en valores siempre válidos y eternos que les dieron como padres, usted y su esposa, éstos gozan de consideración y respeto no sólo en Aldea del Rey, su patria chica, sino allá donde se encuentren, como personas y profesionalmente. Me consta porque lo he vivido personalmente, el amor, respeto y obediencia que le tienen a usted, y, ellos, y como de usted estamos hablando, con sano orgullo dicen: Mi padre es Marcelino Sánchez. Aunque por circunstancias de residencia y profesionales, Luis María e Inocente, los tiene usted a la mano, todos los fines de semana, viernes, sábados y domingos, uno de ellos, cuando corresponda, con satisfacción y espontáneo deber filial cuidan de usted y siempre están a su lado. Y, es que, una sociedad es sana, como usted y yo sabemos, cuando existe la familia y dentro de dicha familia se han dado, caso de la suya don Marcelino, esa reciprocidad de derechos y deberes que son, o deben ser inalienables por ineludibles. De tal palo tal astilla, que diría el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, nuestro paisano regional. Puede usted don Marcelino sentirse orgulloso de sus hijos, como éstos se sienten de usted. Su familia, don Marcelino, y se lo digo de corazón, es igualmente ejemplarizante, como usted lo ha sido y lo es tanto como persona, como veterinario y como político.
Como recordará, don Marcelino, comenzó usted como veterinario en Villanueva de San Carlos, estableciéndose seguidamente en su pueblo, Aldea del Rey, donde era veterinario titular don Pascual Camacho Trujillo, con el cual formaron un equipo, estableciendo una clínica veterinaria en la calle Maestro Navas, 7. ¡Aquellos tiempos, don Marcelino! Aldea del Rey era un emporio de ganadería, numerosas granjas avícolas, explotaciones porcinas, explotaciones de ganado ovino y caprino, crianza y cebo de terneros, cuantiosas vacas de leche…; hasta que, pensando en los estudios de sus hijos, le surgió la posibilidad de marcharse a Córdoba, allí en la Avda. de Granada, comenzando a trabajar en la granja avícola Los Ángeles, Maderas Moreno, Mayonesa y Kétchup y bodegas Montilla Moriles, hasta que le llegó la edad de jubilación. Recuerdo aquella época por dos razones. Primera, mi padre, Aurelio Barba Caballero (q.e.p.d.), que fraguó una explotación ganadera (avícola, ovina, bovina y porcina) de cierta consideración, y que a usted le tenía verdadera admiración, aprecio y cariño, de vez en cuando íbamos por diferentes localidades, caso de Córdoba, a comprar terneros para criarlos y cebarlos; y, siempre que por allí íbamos, siempre estábamos obligados a asesorarnos de usted, y nunca regresábamos sin antes visitarle a usted y a su familia; y, segunda, porque un hermano mío, Emilio Barba Merino, amigo de verdad de su hijo Luis María, quiso allí en Córdoba cursar los estudios de Magisterio, por lo que las visitas a Córdoba por estas dos razones las realizábamos con cierta frecuencia; y, como le digo, que usted sabe muy bien, era un deber nuestro muy querido, ir a saludar a su familia y a recibir los consejos que como experto en ganadería usted nos daba. Allí en Córdoba, mi hermano Emilio se hizo novio con una compañera de estudios, hoy su esposa, Mª Dolores, de Fuenteovejuna, extraordinaria y muy querida mujer por todos nosotros. Emilio sentía en el alma y en el corazón aquella tierra, Andalucía, y hoy allí ejerce, en Sevilla, la profesión docente en la especialidad de pedagogía terapéutica. Siempre, siempre don Marcelino, le hemos tenido una profunda admiración, consideración y respeto.
Y, quiero dejar para el final dos facetas de su vida, la religiosa y la política. En ambas, bien como alcalde de Aldea del Rey, bien como Hermano Mayor de la Cofradía Santísimo Cristo del Consuelo, como suele decirse, puso usted sendas picas en Flandes. Comenzaremos por esta última, la política. Fue usted alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Aldea del Rey, su pueblo, ¿ocho años…? (1959-1967), y coloco interrogantes y puntos suspensivos por una sencilla razón: Usted fue un alcalde emblemático, simbólico, por lo que yo y muchos le seguimos teniendo como ejemplo imperecedero de su buen hacer por su pueblo, el Alcalde. Como dice su hijo Luis María en Memorias de Marcelino Sánchez, de aquella época tres grandes personajes hemos de destacar, que el pueblo de Aldea del Rey ha reconocido: Don Marcelino Sánchez Molina, Don Luis Martínez Gutiérrez y Don Julián Álvarez de Uribarri, grandes hombres que mucho hicieron por Aldea del Rey. De esos nombramientos, el suyo como alcalde de Aldea del Rey fue uno de ellos, se intuye como propuesto por Dios, debido fundamentalmente por lo mucho y bueno que usted hizo por su pueblo. Cuando comenzó su gestión como alcalde, don Marcelino, Aldea del Rey estaba, como suele decirse, en mantillas en cuanto a infraestructuras. En aquellos tiempos el alcalde era el máximo y hasta el único responsable de dicha gestión; usted tuvo que gestionar aquí y allá, donde fuese, traer recursos económicos para habilitar dichas infraestructuras. Un prodigio fue su labor como alcalde. Hasta tres gobernadores de la provincia tuvo usted que visitar una y otra vez, sin descanso ni desmayo, para lograr lo que quería tuviese su pueblo, Aldea del Rey, siendo éstos José Utrera Molina, José Pérez Bustamante y Julio Rico de Sanz. Se adoquinaron calles, como, por ejemplo, la calle Oriente, Maestro Navas, Padre Jara, Iglesia y Calatrava, así como la Plaza de don Pablo Martín-Romo Naranjo, donde se construyó la Cruz de los Caídos; se construyó un nuevo edificio del Consistorio, del Ayuntamiento, hasta con dos plantas; se instaló la iluminación eléctrica, por entonces la de aquella época; se construyó el Campo Municipal de Deportes, primero de tierra, luego de césped, que fue la envidia de toda la provincia, con vestuarios y duchas; se inauguró la fuente de la calle Rollo, aún en funcionamiento; se trajo el agua del manantial de La Higuera como servicio público, donde se construyeron los depósitos del agua, además del alcantarillado; se fundó el Club de Fútbol Calatrava, inaugurándose el estadio con un enfrentamiento con una selección provincial, a la que se derrotó; se habilitó un espacio en el nuevo edificio del Ayuntamiento, para la futura Biblioteca Pública Municipal; se construyó un nuevo Edificio Escolar, complementario del existente, de cinco aulas, con las casas viviendas para los maestros; se reparó la torre de la Iglesia Parroquial, que se encontraban muy deteriorada; y, también, y esto quiero que quede muy de manifiesto, nuestro monumento más emblemático, el Sacro Convento Castillo de Calatrava la Nueva, creándose en el Ayuntamiento la Oficina de Turismo, fue objeto de múltiples actuaciones de restauración y reparación, como por ejemplo, elevar los muros de mampostería, reparación del recinto de la Iglesia, reparación de bóvedas y nervaduras, reparación del camino empedrado de acceso, etc., celebrándose en el mismo numerosos actos culturales, civiles, políticos y militares. Y, todo ello, para que alguien o algunos se enteren, con costes a cargo del propio Ayuntamiento de Aldea del Rey, así como a las gestiones al respecto que usted, don Marcelino, llevó a cabo. La prensa provincial, principalmente nuestro diario LANZA, destacó con énfasis y relieve, estas grandes obras que usted hizo por Aldea del Rey, desplazándose para la inauguración de las mismas altas personalidades, gobernadores civiles, autoridades políticas y eclesiásticas, don Luis Martínez Gutiérrez, aldeano él, presidente de la Caja Rural y decano del Colegio de Abogados, además de senador, así como elevadas autoridades militares, casos del Coronel Pelayo y del general Marceliano Crespo. Sí, mi muy querido y admirado don Marcelino, logró usted para su pueblo, Aldea del Rey, un emporio de infraestructuras de las cuales éramos carentes. Y todo ello, don Marcelino, así tengo que decírselo y decirlo, con sencillez y humildad, sin prepotencia, actitudes estas propias de los grandes personas; y, es que, como decía santa Teresa de Jesús, que usted puso siempre en práctica, la soberbia cierra todas las puertas, mientras la humildad, que es una de las muchas virtudes que usted posee, todas se le abren.
Y, ya para ir finalizando este mi humilde homenaje a usted, este comentario, después de una intensa vida profesional y al servicio desinteresado de su pueblo, Aldea del Rey, se despidió usted, como no podía ser de otra manera por su enorme e intensa fe cristiana, siendo usted nombrado Hermano Mayor de la Hermandad Santísimo Cristo del Consuelo. Son olvidar, porque también participó usted en la creación de determinados movimientos de la Iglesia, tales como los Cursillos de Cristiandad, la Acción Católica y la Adoración Nocturna, donde tantos vecinos y vecinas de Aldea del Rey participaron. ¡Durante los quince años que usted como Hermano Mayor presidió la Hermandad del Cristo!, el número de hermanos se incrementó muy considerablemente, se encargó de organizar los actos religiosos, la pólvora, la lotería, el cobro de los recibos, la construcción de un retablo, siendo además un asiduo colaborador de la parroquia. Me consta, don Marcelino, que hasta de su propio bolsillo, ponía usted la cuota anual de muchos hermanos, ¿no me equivoco, verdad? ¡Y en la restauración de la Iglesia Parroquial de san Jorge Mártir, qué decir, se entregó usted en ello!
Pues sí, paisanos y paisanas, y particularmente a la gente más joven que no ha llegado a conocer suficientemente a este hombre; así fue y sigue siendo don Marcelino Sánchez Molina, Don Marcelino; que, con estas sencillas y humildes palabras que inserto en este comentario, yo quiero homenajear. Se trata de una personalidad envidiable; persona altruista donde las haya; fiel creyente cristiano; cultivador de la integridad familiar; responsable a más no poder; extraordinario gestor de los asuntos públicos; sentimiento a flor de piel, de alma y corazón, por ayudar a los más necesitados; una persona que sabía y sabe hablar, más aún, que es muy importante, que sabe escuchar; respetuoso con todos; que sentía y siente devoción por su esposa e hijos; no clasista, pues con todos y de todos era y es amigo; ausencia de rencor, aunque alguien y alguno le haya hecho alguna faena, siempre ha perdonado; un buen hombre.
De vez en cuando, ya debido a su edad, cumplirá pronto los 95 años, y debido a sus limitaciones físicas, suelo visitarlo allí en su casa, paso con él ratos y tiempo hablando, charlando, dialogando, mirándole, embebiéndome con él, ensimismándome en él, disfrutándolo; y, a Dios pido nos lo tenga con nosotros años más. Un saludo, verdadera y cordialmente, de un incondicional suyo, que le admira y le quiere, Don Marcelino.